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Directiva CER: el nuevo escudo invisible de Europa

En pleno 2025, hablar de protección no es solo hablar de ciberataques o barreras digitales. Tampoco se trata únicamente de soldados vigilando infraestructuras o protocolos anti-incendios activados al primer aviso. Hoy, la palabra clave es resiliencia. Y con la aprobación de la Directiva CER —siglas de Critical Entities Resilience— Europa ha dejado claro que no está dispuesta a seguir confiando su estabilidad a la buena suerte.

Lo que pretende esta directiva no es levantar muros más altos, sino cambiar la forma en que se piensa la seguridad de lo esencial. Porque lo esencial no es una metáfora. Hablamos de aquello que sostiene la vida moderna: la electricidad que permite operar hospitales, los sistemas que controlan el abastecimiento de agua, las redes que conectan un banco con sus clientes o una central con sus operarios.

Hasta ahora, la idea de "protección" giraba demasiado en torno a la reacción. A tener respuestas preparadas para cuando algo fallara. Pero la Directiva CER plantea una cosa mucho más ambiciosa: que los servicios esenciales no fallen nunca. Y si fallan, que aguanten. Que respiren hondo, se reconfiguren y sigan.

Una nueva mirada: de la seguridad al aguante

El verdadero giro de esta normativa no está solo en su letra, sino en el fondo que transmite. Ya no basta con tener puertas blindadas o sistemas redundantes. Lo que se exige a partir de ahora es algo más profundo: una comprensión transversal de todos los riesgos que pueden desestabilizar un servicio esencial, vengan de donde vengan.

¿Puede una tormenta cortar el suministro de una ciudad? Sí. ¿Puede un ciberataque dejar sin comunicaciones a una central eléctrica? También. ¿Puede una empresa subcontratada fallar en una cadena de transporte y provocar un colapso? Por supuesto. Por eso, la resiliencia no puede seguir siendo solo una palabra que aparece en informes. Tiene que convertirse en práctica real, en planes concretos, en simulaciones periódicas, en protocolos vivos.

Y en eso, la Directiva CER no deja margen para interpretaciones vagas. Cada Estado miembro debe identificar qué empresas y entidades forman parte de su esqueleto crítico. Y esas entidades, a su vez, están obligadas a evaluar amenazas, implementar medidas de ciberseguridad adecuadas y notificar incidentes graves.

Pero hay algo más: la resiliencia no se entiende como una carrera individual. Este marco normativo está diseñado para fomentar la cooperación. Para que operadores, autoridades y expertos compartan información, alineen estrategias, revisen sus capacidades de respuesta no una vez al año, sino de forma continua.

En el fondo, lo que propone CER no es blindar, sino preparar. Porque nadie puede garantizar que algo no se rompa. Pero sí se puede garantizar que, si se rompe, no arrastre todo consigo.

Infografía Directiva CER. Minery Report

El reto español: adaptarse sin dejar huecos

En España, donde ya existían marcos previos como el Esquema Nacional de Seguridad o la Directiva NIS, la llegada de CER no ha sido una sorpresa. Pero sí ha obligado a mirar las cosas desde otro ángulo. Ya no basta con tener controles TIC bien definidos o respuestas técnicas. Ahora se exige pensar en la continuidad desde lo operativo, desde lo humano, desde lo organizativo.

Eso implica, por ejemplo, que un operador del sector del agua o de transporte público debe ser capaz no solo de evitar ataques informáticos, sino también de saber qué hacer si un proveedor clave falla, si un corte afecta a los servicios o si una catástrofe obliga a operar en modo contingencia durante días.

Algunas empresas ya estaban en ese camino. Otras lo están empezando ahora. Lo que está claro es que el ritmo de implementación no puede ser lento. Porque los riesgos no esperan. Porque los sistemas críticos no tienen margen para fallos largos. Y porque, al final, los usuarios —todos nosotros— esperamos que todo funcione incluso en momentos de crisis.

Por eso, la Directiva CER también empuja a repensar los recursos. A invertir no solo en tecnología, sino en formación, en pruebas de estrés, en revisiones cruzadas entre áreas que antes no hablaban entre sí. Porque cuando se produce un corte en una red eléctrica o una caída de una torre de comunicaciones, el problema no es solo técnico. Es organizativo, social y, en última instancia, estratégico.

Además, esta directiva pone sobre la mesa un mensaje político de fondo: Europa quiere protegerse como bloque. No como islas independientes. Y eso supone que España, igual que el resto, tiene que jugar en equipo. Tiene que asumir que los ataques no conocen fronteras, y que las soluciones tampoco deberían tenerlas.

Conclusión

La Directiva CER no es solo otra norma más. Es una declaración de intenciones. Una manera de decir que la seguridad ya no se mide solo por lo que no ocurre, sino por lo que se aguanta cuando algo sí ocurre.

España, como el resto de Europa, está llamada a construir un ecosistema robusto, ágil y capaz de resistir. Y para ello, no bastan las herramientas. Hace falta visión. Hace falta compromiso. Y hace falta entender que proteger lo esencial no es un trabajo técnico: es una obligación colectiva.

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